El clima en el que trabajan los periodistas de África del Norte se deteriora aún más
Argelia (146o), que perdió cinco posiciones en la Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa de Reporteros sin Fronteras (RSF), es el país que experimentó el mayor descenso en la región. Los periodistas argelinos enfrentaron duras pruebas desde el inicio del Movimiento Popular del Rif (Hirak), en febrero de 2019. A lo largo de los meses, los periodistas que cubrían las protestas padecieron cada vez más las intimidaciones y detenciones de la policía. Las manifestaciones se interrumpieron debido a la pandemia del coronavirus, pero esto no acabó con las presiones, al contrario. Khaled Drareni, director del digital Casbah Tribune, y corresponsal de TV5 Monde y de RSF en Argelia, fue detenido el 29 de marzo. Está recluido en una prisión cerca de Blida, región confinada porque se convirtió en epicentro del coronavirus en Argelia. Acusado de “incitar al agrupamiento no armado” y de “atentar contra la unidad nacional”, podría ser condenado a diez años de cárcel. Otro caso emblemático de periodista sancionado por cubrir las protestas del Hirak es el de Sofiane Merakchi, corresponsal del canal de televisión libanés Al Mayadeen, y colaborador de France 24 y de RT. Fue el primer periodista encarcelado desde el inicio del movimiento. Lo acusaron de “introducir material audiovisual en el país sin autorización" y de "evasión aduanera". Lleva en prisión desde finales de septiembre de 2019 y lo condenaron a ocho meses de cárcel.
Marruecos (133o) asciende dos lugares en la Clasificación 2020. Un pequeño progreso que se explica por la creación de un Consejo de Prensa, aunque esto aún no ha contribuido a crear un ambiente de trabajo más propicio para los periodistas y los medios de comunicación. Las presiones judiciales persisten. A los procesos judiciales emprendidos desde hace años contra los actores de la información se han sumado nuevos juicios contra periodistas, que han sido sancionados con severas penas. Taoufik Bouachrine, columnista y redactor en jefe del diario en lengua árabe Akhbar al-Yaoum, fue condenado a 15 años de prisión incondicional y a pagar una multa equivalente a 255.000 euros, a pesar de que siempre negó los cargos que se le imputan y de que denunció que se trataba de un "juicio político". Otro caso de sentencia desproporcionada es el de Omar Radi, periodista y defensor de los derechos humanos que fue condenado a cuatro meses de prisión condicional por un simple tweet en el que denunciaba un fallo judicial.
Medios de comunicación que se han transformado en actores del conflicto armado
Libia (164o) sigue cayendo en la Clasificación y perdió otros dos lugares este año. Los predadores de la libertad de información gozan de total impunidad en crímenes cometidos contra periodistas desde hace nueve años. Además, el conflicto armado entre los regímenes del este y del oeste del país ha instaurado un clima de violencia e inseguridad dramático para los actores de la información. Los medios de comunicación y los periodistas libios, obligados a autocensurarse o exiliarse desde el inicio de las operaciones militares en el país, en 2014, ahora son reclutados a la fuerza por las facciones en conflicto.
En medio de este sombrío panorama regional, Túnez, que permanece en el lugar 72, es el país mejor clasificado de la zona. Continuando con su transición democrática, el país ha sentado las bases para que los medios de comunicación sean libres e independientes, y el paisaje mediático, pluralista. No obstante, la creación de un nuevo marco jurídico para la prensa, que se espera desde hace años, tarda en llegar. El ambiente de trabajo de los periodistas y los medios de comunicación se ha deteriorado considerablemente tras la elección del nuevo Presidente de la República, Kaïs Saied, a finales de 2019.
El espejismo de la calma en Oriente Medio
La zona de Oriente Medio se oscurece aún más: este año Irak cae en la Clasificación y aparece en negro en el mapa de la libertad de prensa. El número de violaciones había disminuido ligeramente, pero la violenta represión de las manifestaciones, la reanudación de operaciones militares (cada vez más focalizadas) y un mayor control de los regímenes, de por sí todopoderosos, evaporaron las esperanzas de que la región recuperara un poco la calma.
Las guerras que desgarran Oriente Medio han sido menos mortíferas en los últimos doce meses. Sin embargo, en esta región se sigue registrando el mayor número de periodistas asesinados. Aunque un relativo apaciguamiento de los conflictos en la zona permitió que disminuyeran la violencia y la inseguridad, la calma duró poco. Diversas amenazas se ciernen sobre los periodistas y los medios de comunicación de la región: la intervención de Turquía en el Kurdistán sirio y la ofensiva en Idlib, en el noroeste de Siria (174º), además del estallido de las protestas en diferentes países de la región, se suman al permanente autoritarismo de ciertos Estados.
¡Silencio! Encarcelamos
Cuando los periodistas no se encuentran en países devastados por la guerra, gozan de una relativa seguridad, pero al precio de que las autoridades ejerzan un fuerte control sobre ellos y del dominio de un gobierno todopoderoso. Las naciones occidentales reconocen a Arabia Saudita (170º, +2) y Egipto (166º, -3) como países estables y aliados confiables en la región, no obstante, ambos tienen algo en común: son las dos mayores prisiones del mundo para periodistas, después de China.
Los regímenes autoritarios han incrementado su control de la información desde que comenzó la crisis del coronavirus. En Egipto, las autoridades emprendieron una ola de detenciones de periodistas en septiembre de 2019, la mayor desde que Abdel Fattah al Sissi llegó a la presidencia, en 2014. Desde el inicio de la pandemia han recurrido a las leyes contra el terrorismo para reprimir más a los periodistas, han bloqueado sitios web acusándolos de “difundir noticias falsas” y le han quitado la acreditación de prensa a los periodistas que cuestionan las cifras oficiales.
Un mayor control de la información
Los regímenes se valen de todos los medios para controlar la información. Antes de la crisis sanitaria del coronavirus, en junio de 2019, cuando falleció el ex presidente Mohamed Morsi, el gobierno egipcio dio consignas a las redacciones y les envió los comunicados oficiales que debían difundir.
En las zonas controladas por el gobierno sirio, la única información que circula es la que difunde la agencia de noticias gubernamental SANA. Cuando surgió la crisis por el Covid-19, el Ministerio de Salud confirmó que solo esta agencia podía publicar información sobre la pandemia. El mínimo intento de crítica, la menor alusión a casos de personas contagiadas o a la corrupción y la pobreza, puede hacer que los periodistas, incluso los más leales, sean convocados por los servicios de inteligencia y encarcelados por tiempo indefinido. El periodista Wissam Al Tayr, cercano a Bachar el Assad, estuvo detenido varios meses sólo por haber mencionado el aumento del precio del combustible.
Les medios de comunicación también pueden ser vigilados muy de cerca con sofisticados métodos de espionaje y hackeo. Las autoridades saudíes obtuvieron de cuentas de Twitter los datos privados de miles personas a las que consideran opositores; asimismo, infectaron con un programa espía el teléfono móvil de Jeff Bezos, propietario de The Washington Post, donde colaboraba el periodista saudí asesinado Jamal Khashoggi.
Aires de protesta, olas de represión
En la segunda mitad de 2019, algunos países de Oriente Medio experimentaron una inesperada ola de manifestaciones, en particular Líbano (102º, -1) e Irak (162º, -6), que cayó en la Clasificación y ahora aparece en negro en el mapa de la libertad de prensa. Los medios de comunicación iraquíes que dan a conocer el descontento de la población al cubrir las manifestaciones, registradas desde inicios de octubre de 2019, se han convertido en uno de los principales blancos del ejército y la policía, que disparan balas reales durante las protestas. El Estado alimenta este clima de hostilidad hacia la prensa: la comisión que regula los medios de comunicación prohibió las transmisiones en directo, suspendió a una decena de medios de comunicación y bloqueó el acceso a internet varias veces.
Este modelo represivo se inspira en gran medida en las prácticas de Irán (173º, -3), donde a menudo se corta la conexión a internet y donde gracias a la represión el régimen pudo imponer un “internet halal” inspirado en la “sharia” (la ley islámica) que le permite controlar la información, tal como hizo cuando estallaron las protestas masivas en el país. La creación de la Unión de Radios y Televisiones Islámicas, integrada por más de 200 cadenas de todo el mundo, también ha permitido a Irán difundir más allá de sus fronteras su propaganda, así como “noticias falsas”.
Los numerosos movimientos de protesta han exacerbado la polarización de los medios de comunicación y la desconfianza hacia la prensa. En Líbano, manifestantes han agredido a decenas de equipos de periodistas de las cadenas cercanas al gobierno, conocidas por ser hostiles a la revolución. Otros periodistas han sido agredidos violentamente en línea por movimientos políticos y comunitarios.
En Israel (88º), el primer ministro, Benjamin Netanyahu, y sus simpatizantes, agreden con frecuencia a los medios de comunicación acusándolos de difundir “noticias falsas” y “propaganda de izquierdas”, al punto de que un periodista que reveló un escándalo de corrupción tuvo que contratar un guardaespaldas para garantizar su seguridad. Asimismo, los periodistas de Palestina (137º) siguen teniendo grandes dificultades para cubrir la Gran Marcha del Retorno en la franja de Gaza, que se realiza cada viernes como protesta por la ocupación israelí. Las tensiones se reavivaron con el “acuerdo del siglo” presentado por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el número de heridos graves ha ido en aumento.
Los conflictos armados, la inestabilidad política y la represión de las manifestaciones han hecho de la violencia una constante para el trabajo de los periodistas de Oriente Medio. Garantizar la seguridad de los actores de la información se ha convertido, más que nunca, en un gran desafío en la región. Más aún porque muchos Estados, en lugar de proteger a los periodistas y los medios de comunicación, han optado por reforzar su control de la información y están aprovechando el desarrollo tecnológico para vigilar más de cerca a la prensa. Así, la criminalización del periodismo y la represión constante son la norma. Si los gobiernos no consienten el desarrollo de una prensa libre e independiente es, simplemente, porque la noción misma de periodismo corre el riesgo de desaparecer en la región.